viernes, 15 de marzo de 2013

Mistral de estética en las tripas.


Mistral de estética en las tripas.

Fotografía: Jordi Coll Martínez.
Textos: Esteban Hernández.




Hace algunos años, en un programilla de radio y televisión sobre lo paranormal hicieron un reportaje -audiovisual, uno más-, tenebroso y trepidante, de psicofonías y visión nocturna verdosa. Movimientos rápidos de cámara que… Uh… No, espera. No.

Así no.




Disculpa. Me iba a subir al carro del escritor, de ser escritor. Pero no. Llevo procrastinando escribir esto, este texto, mucho tiempo y me gustaría contar aquí algo sin literaturas ni mitos, hacerlo sin lugares comunes al menos, así que mejor no disfrazar esto de lo que no es.
Qué cosas. Aún desenmascarándome y empezando de veras hay quien dirá que me corrijo al empezar como lo haría media docena de veces Woody Allen.




Me lo recordaron las fotos. Había un psiquiátrico en Ciudad Real, un edificio que fue un desguace humano y fue abandonado. No era exactamente un frenopático. Era peor. Era un lugar donde tenían a gente afectada de cualquier síndrome crónico y agudo. Taras genéticas. Indiscriminadamente. En asilos de este tipo, hasta finales de los noventa metían, además, a esquizofrénicos, bipolares, autistas, drogodependientes y enfermos de alzheimer en el mismo saco. En particular no sé si este sitio era del todo algo así, pero en los centros de este tipo, estoy informado, estas mezclas era el pan nuestro de cada día. Entrar con una simple depresión aguda era salir bien jodido.




Podéis consultarlo. Lo contemporáneo de esta historia es que cuando el asilo estaba en marcha, a lo largo de la década de los noventa, un hilo de sucesivas iglesias quemadas, asesinatos, prácticas nazis y heavy metal extremo ocurría en noruega a cargo de un entorno joven, pagano y satanista.




En paralelo, con unos colegas allí donde me crié, en La Mancha, pasivo agresivamente asediados por nuestro entorno cristiano, opusino, con Nieztche y Lord Byron a la cabeza y a menudo del revés, rechazamos en bloque a Dios, a Cristo y viajábamos de ácido. Luego leí a Oscar Wilde tocando su propio fondo y me moderé, pero mientras tanto, hacíamos el bandarra contra la imaginería cristiana colocada aquí y allá en la ciudad.




El asunto es que lo de Satán echó raices en un colega a través de lo musical, cantó en un grupo local de Pagan Metal y lo petó en Europa. Debo explicar un par de cosas.
Primera: En los noventa, en mi entorno no había Internet EN ABSOLUTO. No sé cómo él dió con todo aquello. No perdáis de vista que mi colega era parte de en verdad, pese a quien le pese, el underground europeo. Era el rincón del rincón del rincón. Probablemente lo llevara en las tripas. Poca broma.
Segunda. Eh… vaya… lo siento. He perdido el hilo. Aguanta un momento, releo lo que llevo y me acuerdo. Voy.
Sí. La segunda es que del metal extremo no se puede vivir. No da para pagar facturas. Entonces aún menos. Era eso.




Mi colega había entendido el horror, el sinsentido, y eso le estimulaba. Inundado, replegado y pacífico, él era el relevo de lo sublime en lo romántico, de la modernidad –que no tendencia- de Baudelaire. Apenas hablaba. Él estaba en otra frecuencia y todos teníamos 18 años. Yo, entonces, en mi desorden prosaico tuve un malísimo viaje de LSD que me dejó fuera de combate durante lustros. Mi colega continuó, y allí, en un lugar de La Mancha, aquel Quijote generó con el tiempo un espejo en el que poder mirarse a distancia, y si no, una bendita regla pasiva con la que medirse.




Así, una pequeña caterva idiota de nuevos adoradores de Satán entraron al asilo aquel y empezaron a dibujar pentáculos, esvásticas, pollas, frases en latín y lo que les viniera en gana a lo largo de diez años.
Imaginaros el cuadro. Algo como en lo fotografiado, destruido, que además de la decadencia explicita que muestran las imágenes, ya ha sido el infierno con creces; el abandono de las máquinas de electroshock, de habitaciones acolchadas, de orinales, de juegos de mesa: todo, después, lamentablemente cubierto de imaginería satánica y nazi. Desvirtuado. Descafeinado. Allí, para entonces, en conjunto, sólo había resaca, nada de la voluptuosidad de lo pagano, o del satánico romanticón que era mi amigo cuando no estaba demasiado borracho. Ni arrebato, ni metafísica, ni estética.




Dos años después, de puro aburrimiento, nos colamos allí de noche y quemamos un colchón. Entonces andaba tomando antidepresivos. Como veis, se pueden complicar las cosas. Al entrar me clavé algo en la planta del pié. Me atravesó la planta de la zapatilla. No le dije nada a nadie y cuando el humo del colchón empezó a ahogarnos salimos corriendo de allí.




Mi colega, sus palmeros, el edificio y todo lo demás se diluyó en el paso de los años. El broche de oro de esta historia consiste en que -ahora sí- hace poco, antes de demoler aquel edificio, en un programilla de radio y televisión sobre lo paranormal hicieron un reportaje, uno más, audiovisual, tenebroso y trepidante, de visión nocturna verdosa, movimientos de cámara y psicofonías que hablaba de la apariencia (idiota) de aquel entorno para asustar viejas y escandalizar jubilados.
El libreto de Medicina e Historia de una de las fotos, ese mismo fragmento del libro de Iniciación a la Psicología estaba allí. El mismo. Pero eso sólo es una anécdota. Me he acordado de todo lo demás y era más importante contártelo así que con una ficción afectada de literatura.


Más fotos de este lugar y de todas las demás entradas aquí.

viernes, 1 de marzo de 2013

Neglect and decay.


Neglect and decay.

Fotografía: Jordi Coll Martínez.



La
vida da muchas vueltas y cuando menos te lo esperas, puedes ser el que esté ahí, en la calle, sin trabajo, sin dónde dormir y buscando la forma de sobrevivir un día más; donde cualquier forma puede ser buena: desde pedir alguna moneda, hasta aguantar las noches debajo de un puente, pasando el rato echando un trago de algún aguardiente barato. Ésto es algo parecido a lo que me pasó a mí, y que por poco la palmo. Lo interesante es que nunca supe por dónde y de pronto la vida dio un giro, una especie degolpe de suerte” que me salvó, como si la conspiración del universo estuviera poniéndome una prueba y ya que la había superado, ¡plaf!, ahí lo tenía: una casa, un trabajo, una mujer... De nuevo enrolado al sistema social que nos tiene cogidos por los huevos aunque no lo queramos, ya sabes: cásate, ten hijos, busca un mejor empleo, jubílate, despídete de tus queridos, muere dignamente…, y así también tus siguientes generaciones, una y otra y otra y otra más hasta el final de los tiempos.



Mi golpe de suerte empezó casi después de conocer a Nicoletta. Decidimos que para mal vivir en una ciudad cosmopolita, mejor irnos al campo y buscar suerte en otros ambientes, unos menos turbios donde las oportunidades fueran más amplias. Estar en la ciudad ya no era opción viable para nosotros. Al cumplir casi dos meses sin cama ni techo, los conceptos de la realidad se ven ofuscados por la desesperación que es capaz de llevarte a la locura, así sin más, la puta locura que te puede arrastrar al suicidio, y para evitar que fuéramos arrastrados a ésos "infiernos terrenales", decidimos marcharnos en busca de un quién sabe qué que nos sacara del agujero.




Elegimos por azar, la huerta, esa parte del Levante donde aún se respira tranquilidad y pureza; a parte de los aromas que según la época del año dan de sí. Nosotros llegamos en primavera, días donde el ambiente huele a cebolla y a azahar, donde incluso, por la temperatura del clima, ya se puede dormir a la fresca en caso de que sea necesario. En la huerta encontramos no solo varias hortalizas y árboles frutales, sino que también dimos con una casa que daba pena verla tan descuidada, misma que nos dio la esperanza de que no todo estaba perdido, era como caída del cielo: empezaba el golpe de suerte, la conspiración del universo que trabajaba a nuestro favor.




¿Crees
que alguien viva ahí?, me preguntó Nicoletta cuando vimos por primera vez la enorme casa plantada en medio de la nada, que en realidad era la huerta a donde habíamos escapado. Pero como no supe responder, nos acercamos para averiguarlo. Mientras ella esperaba sentada en la entrada, yo merodee en los jardines y así saber si en realidad estaba abandonada. El abandono, como es sabido por todos, hace crecer la hierba, y eso era una evidencia de que ahí ya no vivía nadie. Sería imposible o hasta impensable que el dueño de una propiedad tan elegante y magnífica como esta, dejara al descuido sus jardines y su finca, creo que nadie lo haría, al menos yo no podría.




Y
ahí estábamos, Nicoletta tan bella como siempre: misteriosa mujer que me había seducido con su ímpetu y aquellos ojos azules, mirada que era capaz de entender mis pensamientos, de situarme en la tierra, de llevarme, incluso a las más profundas de mis ensoñaciones, donde ya no era yo y podía ser cualquiera, un humano más que vive y respira, que piensa y reacciona, que teme y lucha; incluso que aguanta pese a lo duro que le corresponde por suerte, o por una de esas cosas que le ha tocado como destino: azares y nociones que solamente encajan en el todo y en la nada. Nicoletta me sedujo también por su cabello y su andar, que más que andar, era parecido al movimiento que hacen las olas suaves en la mar. Cuando me dijo algo por primera vez, cuando me habló, supe que esa voz sería la que me acompañaría en los caminos, ya que sus palabras eran tan acertadas que no quise dejar de creer en ellas, me resultaban finas y tercas y bienaventuradas casi todo el tiempo, y cuando no eran así y se convertían en vulgares y hoscas, tampoco les daba importancia, ya que su mirada era capaz de poseerme. El conjunto de ella me tenía totalmente embrujado. Era, como yo, una trotamundos, una sin techo, una rata, un error en el sistema; alguien cuyo enfoque, era reprimido por el deseo de vivir, y nada más.



Y
ahora mismo estaba ahí, sentada en la entrada de aquella casa, mirando la mochila que llevaba, mientras buscaba uno de sus libros: Neglect and Decay de George Neck, un libro que en los 80´s sería mencionado por otros grandes autores y que ahora, Nicoletta leía con desenfado. El ensayo que George Neck había escrito, tenía el poder de convencer que el desapego terrenal visto desde la perspectiva de un capitalista, debía ser el camino a seguir. George, asentado en Brooklyn que pretendía dejar todo y olvidar el capital como algo cotidiano, se basaba en el lema que transcribía en su libro: "Marcha una vida libre de pertenencias y olvida el dinero, mal de los actuales intelectos", con lo que afirmaba que el dejar los sistemas sociales como un planteamiento actual, desmembraba en el individuo su esencia, dejando que el intelecto surgiera reforzado, libre y capaz de cambiar con solo desear, al universo mismo. Nicoletta estaba a favor de todo lo que el escritor Neck decía en su libro, mismo que compartía conmigo, intentando convencerme de que la realidad que nos rodea podía ser cambiada con solo desearlo, y dejar que fuera el universo el que actuara. Qué bella era Nicoletta, y a pesar del cansancio y el poco higiene que la vida de un trotamundos puede darte, seguía siendo hermosa. El viento movía sutilmente las hojas del libro, ella lo sujetaba mientras leía con tranquilidad sus letras, solo se distraía para girar y ver si yo volvía con noticias de la casa encontrada.



Uno
de los cierres de la ventana trasera estaba oxidado, así que tras forzarlo, pude romperlo y abrir. Al entrar, sin darme cuenta, se me enganchó la manga de la camisa a un clavo, que la rasgó casi por completo, ¡qué putada!, así que arremangué lo que eran ahora añicos de camisa. ¿Qué función tenía ése clavo?, miré el marco de la venta y entendí que era el anclaje de una de las persianas que ya se habían caído, ¿cuánto tiempo podría llevar abandonada la casa? Por el polvo en los muebles, calculé que podrían ser más de dos años, quizá tres. La cocina a la que había entrado no me pareció del todo antigua, así que antes de salir en busca de Nicoletta, eché un vistazo por los interiores: había un pasillo con varias puertas, cuatro o cinco quizá, mismo que conducía a un salón con chimenea y otros salones con varias ventanas y escaleras que te llevaban a un segundo piso. ¡Menudo palacete!, pensé, mientras miraba los detalles de la construcción que se me antojaban modernistas. No soy un entendido del tema, pero el modernismo siempre me ha fascinado.



Tras
la emoción de ver el sitio casi impoluto, en el que solamente el polvo, la hierba y algunos bichos hacían mella, pensé en salir por la ventana y decirle a Nicoletta que ahí estaba nuestro golpe de suerte. Al recorrer uno de los salones, antes de llegar al pasillo que conducía a la cocina, encontré sobre la chimenea una caja que parecía de habanos, así que me acerqué, y al abrirla cayó un papel que descansaba sobre ella, era una nota. Tenía escrito lo siguiente:
"Hoy he tomado la decisión de marcharme, quizá lejos encuentre aquello que aquí yace olvidado solamente en un vago recuerdo. Ya no queda nada, todo se lo come el tiempo, que me arranca las entrañas con su inefable ira, su desdén sin criterio, que ajeno a mí, me tira al olvido sin mi ausencia. Me voy, me han despojado de lo que más quiero, personas que no han de volver. "
Y que firmaba "A.A.F." con fecha de 1963.


Nicoletta no quería quedarse ahí por mucho tiempo, así que hablamos de que solamente sería un refugio temporal. Ella estaba segura de que tarde o temprano volverían los dueños o quizá sus familiares, o peor aún, saqueadores que vacían las casas para después destruir todo y dejar en decadencia lo construido. Quizá tenía razón, pero yo estaba impresionado con la buena suerte que el año del sesenta y cuatro nos estaba brindando y no quería dejar escapar ese pedazo de oportunidad. Nos quedaríamos ahí hasta que algo sucediera, cualquier cosa, además no teníamos muchas opciones, el poco dinero que aún nos quedaba, no era suficiente para volver a la ciudad, así que ahora la huerta era lo único que podía mantenernos vivos y era estar ahí dentro de la casa o dormir fuera.




Recordar es lo que ahora me queda. Ya han pasado más de cuarenta años, son casi cincuenta. Qué
cosa tan interesante es eso de los recuerdos, incluso simpática: siempre tenemos montones de ellos, pero no son tan nítidos o completos, son vagos y con rupturas, hay huecos; un recuerdo viene a ser la nada, fotografías en la imaginación con audio, y audio malo, solamente trozos de películas que ya hemos visto antes. Partes de un algo que se ha ido, como Nicoletta, a la que añoro y no olvido, a la que admiro por aguantar el peso del camino que decidí recorrer, a la que debo mi salvación, porque sin ella, ¿qué habría sido de mi?, ¿de nosotros? Quizá ella lo habría logrado, pero yo sin ella, casi seguro que no. Por eso, la recuerdo como una fotografía; qué va, como varias, sin audio y con los colores dañados. Pero la recuerdo. Como a aquella casa, que conservo en la memoria como el inicio del rescate de mi vida, lugar del que siempre me he preguntado qué habrá pasado después, ¿seguirá en pie? ¿Habrán vuelto sus dueños?
Tal vez algún día vaya y fotografíe lo que de ella queda.


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